Deconstruccionismo y crisis europea
Intervención en el V Foro Europeo “One of Us”
Mons. José Ignacio Munilla, Lisboa 30 de octubre de 2021
He escuchado atentamente las intervenciones de quienes me han precedido en esta mesa redonda, todas ellas muy interesantes, y quiero agradecer especialmente la primera reflexión de Mons. Nuno Brás, que nos ha ayudado a todos a centrar el tema que abordamos: ¿Ha roto Europa con sus raíces históricas? ¿Vivimos de espaldas a la herencia recibida desde Jerusalén, la cual nos iluminó con la luz de la revelación judeocristiana? ¿Seguimos creyendo en la capacidad de la razón para descubrir la verdad imperativa presente en la misma naturaleza de las cosas –como Sócrates, Platón o Aristóteles—; o por el contrario somos hijos del relativismo? ¿Creemos en un derecho natural que fundamenta el concepto de justicia, según la herencia romana, o por el contrario hemos apostado por un derecho acomodaticio a las ideologías de turno? En definitiva, ¿es compatible el proyecto político europeo del año 2021 con el humanismo cristiano de los padres de Europa: Adenauer, Gasperi, Schuman…?
Ciertamente, es bastante obvio que Europa está consumando una inversión de valores, que hace oídos sordos del histórico llamamiento de San Juan Pablo II en Santiago de Compostela, pronunciado el 9 de noviembre de 1982: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”.
Siete años después de este inolvidable discurso, acontecería la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Yo entonces era un joven sacerdote de 27 años, y recuerdo haber vivido aquel momento con un gran optimismo, que ahora no puedo por menos de recordar con la inevitable sensación de haber sido bastante ingenuo… La reunificación de Europa parecía una maravillosa oportunidad para respirar de forma acompasada con los dos pulmones de oriente y occidente… De hecho, en el inicio su pontificado, en 1980, Juan Pablo II había designado a San Cirilo y a San Metodio como copatronos de Europa, compartiendo esa designación con San Benito, para expresar así la integración de las dos Europas en sus comunes raíces judeocristianas. Aquel momento histórico fue una gran oportunidad para abordar la purificación de nuestra cultura europea del influjo nefasto del marxismo, así como del neoliberalismo capitalista desentendido de la doctrina social.
Sin embargo, la sorpresa ha sido comprobar cómo el momento de la reunificación europea no ha sido el momento del redescubrimiento de nuestras raíces, sino, muy al contrario, el momento de la escenificación de la apostasía. Lo que posteriormente se ha producido no ha sido tanto la caída de las ideologías, como se anunciaba, cuanto la conformación de una nueva ideología en la que el marxismo y el liberalismo se han reformulado: La llamada Ideología de Género.
Obviamente, no es algo que haya acontecido sin un proceso previo. La crisis de mayo del 68 ya había apuntado hacia una apostasía de las raíces cristianas. Benedicto XVI nos alertó ante la crisis del relativismo, para finalmente denunciar la dictadura del relativismo en la que nos encontramos.
Como digo, el nuevo dogma europeo es la IDEOLOGÍA DE GÉNERO, que se atreve a redefinir el mismo concepto de la dignidad de la vida humana, la antropología, que desprecia el matrimonio natural, y despoja a la familia de su identidad como célula básica de la sociedad. El principio de subsidiariedad es olvidado en la teoría, y negado en la práctica. En esta línea, el intervencionismo público se va imponiendo de una forma inexorable: cada vez hay más estado y menos sociedad. La libertad educativa se va estrangulando, y es el estado y ya no las familias, el que se arroga el derecho educativo sobre las nuevas generaciones. En España hemos sido testigos de una frase lapidaria de la exministra de educación socialista, pronunciada con el objetivo de limitar la influencia de los padres en el ámbito educativo: «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres«. ¿Pertenecen acaso al estado, Sra. ministra? Lo cierto es que el estado legisla y actúa como si así fuese…
¿Cómo es posible que esta Ideología de Género haya llegado a ser asumida e impuesta con tan poca resistencia? Esto no hubiese sido posible, ciertamente, si las raíces culturales y religiosas de Europa hubiesen gozado de mayor vitalidad…
El desarrollo económico generado tras el fin de la segunda guerra mundial conllevó un notable bienestar social que desgraciadamente ha degenerado en hedonismo… De ahí a la pérdida de nuestros valores no había mucha distancia. ¿Acaso habíamos olvidado aquella palabra profética de Jesús de Nazaret en la que nos advertía de la peligrosidad de las riquezas: “¡Qué difícil será a los ricos entrar en el Reino de los Cielos!” (Lucas 18, 24)? Ciertamente, como añade el propio pasaje evangélico, nada hay imposible para Dios, pero se requería una gran madurez espiritual para que las riquezas y el bienestar social no se tradujesen en una cosmovisión materialista.
Cuando volvemos la vista a lo acontecido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, nos viene a la mente aquella expresión de Salomón que recoge el libro del Eclesiastés: “Nada nuevo hay bajo el sol” (Ecle 1, 9). El novelista norteamericano Michael Hopf ha descrito este proceso histórico en la sucesión concatenada de cuatro fases:
1ª.- Los tiempos difíciles dieron a luz hombres fuertes.
2ª.- Los hombres fuertes dieron a luz buenos tiempos.
3.ª- Los buenos tiempos dieron a luz hombres débiles.
4ª.- Los hombres débiles dan a luz tiempos difíciles.
Recuerdo haber enviado a las redes sociales, en forma de pequeña encuesta, la pregunta sobre cuál de estos cuatro momentos es en el que nos encontramos actualmente. La gran mayoría de cuantos respondieron se decantaron por el cuarto: Los hombres débiles dan a luz tiempos difíciles.
Esta explicación del origen de la crisis actual puede ayudarnos a entender por qué los países del Este de Europa están siendo más resistentes a la Ideología de Género que los occidentales. El hedonismo ha hecho mayor mella en los países más ricos. La dictadura marxista se ha demostrado menos peligrosa para la salud del alma europea que el influjo del carpe diem del mayo del 68.
Mención aparte merece la resistencia que están llevando a cabo algunos de estos países europeos que forjaron su alma bajo el yugo comunista, frente a la inicua pretensión de la imposición de la Ideología de Género por parte de las autoridades europeas. En realidad, son estos países resistentes los verdaderamente fieles y leales al alma europea. Por el contrario, las amenazas económicas y políticas de Europa contra quienes se resisten a asumir la agenda LGTBI, escenifican una traición y una suplantación de los fundamentos históricos de la Unión Europea. Quienes están arriesgando su balance de cuentas por mantener la fidelidad a los principios de ley natural, merecen nuestro reconocimiento y apoyo. Como decía Thomas Jefferson: “Cuando la injusticia se convierte en ley, la resistencia se convierte en deber«.
Dicho lo cual, tampoco estos países resistentes están exentos de otro tipo de peligros contrarios al alma europea, como son un malentendido patriotismo que pretenda aminorar la apremiante urgencia del principio de solidaridad ante la inmigración que llega a las fronteras de Europa. El deber moral de acogida e integración de los flujos migratorios está fundado en la misma sensibilidad de los principios judeocristianos en los que Europa fue fundada. Este riesgo se produce cuando la sensibilidad identitaria se contrapone a los principios de la doctrina social cristiana.
Volviendo al hilo de mi exposición, es importante entender que la crisis de una Europa que rompe drásticamente con sus raíces responde a un proceso globalizado, conocido bajo el concepto de DECONSTRUCIONISMO. El Papa Francisco lo designa así en el primer capítulo de su encíclica Fratelli Tutti, bajo un epígrafe titulado “El fin de la conciencia histórica”. Estas son las palabras literales del Papa: “Por eso mismo se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. (…) Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política»” (FT 13 y 14).
La estrategia del nuevo orden mundial que se está imponiendo de forma subrepticia esta centrando sus esfuerzos en la ruptura con las raíces históricas de los pueblos, como observamos en el debate abierto en torno al 500 aniversario de la evangelización de América. Una vez que un pueblo se ha desvinculado de sus raíces históricas, necesitará anclarse a algún tipo de ideología; y la orfandad generada por el deconstruccionismo histórico será fácilmente ocupada por la Ideología de Género.
Pero no quiero terminar mi intervención sin hacer una autocrítica sincera desde el seno de la Iglesia. Es obvio que no estamos a la altura de lo que este momento tan grave necesita. El problema principal al que se enfrenta la Iglesia en Europa no está en los ataques anticlericales de los medios de comunicación, ni siquiera en las políticas que rompen con las raíces cristianas de Europa. Nuestro principal reto es la secularización interna. “Si la sal se vuelve sosa, ¿para qué sirve?”… En palabras de Benedicto XVI: “La Iglesia tiene necesidad apremiante de pastores que resistan el espíritu de la época”.
Por ello, la gran aportación de la Iglesia en medio de esta crisis es la mostración del testimonio de los santos. Ellos, los santos, han configurado beneficiosamente la historia de Europa. La conclusión es clara: ¡De nuestra santidad depende el futuro de Europa!
Concluyo recordando que, a los tres copatronos de Europa anteriormente citados, Juan Pablo II añadió en 1999 otras tres copatronas más: Santa Catalina de Siena, Santa Brígida de Suecia y Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Hago votos porque llegue el día en que San Juan Pablo II sea reconocido como el séptimo copatrono de Europa. Nos encomendamos a los siete diciendo: ¡rogad por nosotros!