Entrevista realizada a Mons. Munilla por El Confidencial Digital
¿Cómo está?
Sin entrar en detalles, muy bien.
¿Cómo es su Navidad?
Falta nuestra madre, que falleció hace un año, y desde el punto de vista afectivo se nota mucho. Pero como ella me enseñó, estoy viviendo este tiempo con plena intensidad. ¡La Navidad de un obispo es apasionante, te lo aseguro!
¿El coronavirus le ha cambiado su forma de entender la vida?
El coronavirus me ha enseñado que hay que hacer de la necesidad virtud; o, dicho de otro modo: hay que florecer donde Dios nos ha plantado. De lo cual se deriva aquello de que es mejor encender una luz que perder el tiempo maldiciendo las tinieblas.
¿Cree que la sociedad española conectará más con Dios después de experimentar la fragilidad y la incertidumbre de estos meses?
Intuyo que las consecuencias de la pandemia, por lo que a la religiosidad se refiere, van a ser muy diversas, incluso contradictorias. Algunos se han alejado de la práctica religiosa al desordenarse sus hábitos de vida. Otros, sin embargo, han tenido una experiencia de Dios en medio del confinamiento como nunca había acontecido en sus vidas. De hecho, en este momento comprobamos que ha disminuido el número de asistentes a la misa dominical, mientras que ha aumentado el de los asistentes a la misa diaria.
Hay personas que piensan que, si Dios existe, en este 2020 ha estado a otra cosa… ¿Usted cree que 2020 ha sido un año perdido?
El refranero español, que es de profunda inspiración católica -mal que le pese a algunos-, nos permite verlo de otra forma: Dios escribe derecho con renglones torcidos, Dios no da puntada sin hilo… En todo cuanto sucede existe una providencia que estamos llamados a descubrir. Y no olvidemos que, a veces, para poder construir, hay que empezar por derribar.
¿Estamos aprovechando la oportunidad para ser mejores? Mejores que los políticos, al menos…
Ya que me pones la comparativa de la clase política, alucino con cómo se está aprovechando la pandemia para introducir una agenda ideológica de forma exprés, con nocturnidad, confinamiento y bajo anestesia colectiva… Y lo más grave es que esté ocurriendo con muy poca resistencia moral, mientras nos entretienen con un debate sobre la hora del toque de queda… Me he acordado con frecuencia de las palabras de Cristo recogidas en el evangelio de san Lucas: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz”.
¿Cómo lee la urgencia del Gobierno por sacar adelante una ley de eutanasia justo en este año de muerte?
No sé si la explicación de este procedimiento exprés hay que encontrarla en la misma dinámica de la soberbia, que tiende a endiosarnos; o si responde a la estrategia de quien necesita mantener el motor revolucionado para continuar en el poder… Ambos argumentos son compatibles, por su puesto. Me ha impresionado de forma especial el desprecio absoluto mostrado ante el informe del Comité Nacional de Bioética, o del Comité de la ONU para los Derecho de las Personas con Discapacidad, o ante los especialistas en cuidados paliativos… Y, por cierto, aquí no cabe decir que el orden de los factores no altera el producto. Cuando la eutanasia va por delante, los cuidados paliativos no son debidamente implementados. Es un hecho que no ha tenido ni una sola excepción a nivel mundial. Por lo tanto, las consecuencias las vamos a pagar todos.
¿Y la Ley Celaá?
No es verdad que no se haya podido conseguir un consenso en materia educativa. Lo cierto es que no se ha intentado. La eliminación del concepto de “demanda social” respecto al acceso a la educación es bien significativa. Los reiterados desmentidos de la ministra negando que la libertad educativa esté en peligro, chocan con su rotunda negativa a ceder ante la supresión del término “demanda social” en la ley. Caminamos hacia una estadolatría, hacia una intromisión del Estado en la vida de la familia cada vez mayor, pasando por encima del principio de subsidiariedad.
¿Cómo debe reaccionar un católico que haya leído la Fratelli Tutti a esta supuesta persecución ideológica desde el poder ejecutivo?
Debe reaccionar sin complejos, rechazando los falsos estereotipos ideológicos que nos pretenden encasillar en ‘izquierdistas preocupados por la justicia social’, o ‘derechistas preocupados por la causa de la familia y la vida’. La encíclica Fratelli Tutti presenta una cosmovisión que conjuga todos los valores éticos de forma íntegra, y no de manera sesgada o interesada… O los católicos nos adherimos a la integridad de nuestra doctrina social, o la seleccionamos de forma manipuladora.
¿Le da miedo que se manifieste una corriente de integrismo religioso como respuesta al Gobierno de Pedro Sánchez?
Las lecturas reduccionistas o manipuladas del mensaje del Papa Francisco se han convertido en un caldo de cultivo para reacciones integristas, incluso de tipo sedevacantista.
Conectar con Dios es una cuestión de fe: un don que se puede buscar, pero que no depende de nosotros. ¿Hasta qué punto los católicos hacen atractiva su fe en un país en el que ser coherentes con una religión está casi mal visto?
La fe es un don, como bien dices, pero también es una tarea. Un testimonio atractivo ayuda mucho a creer, ciertamente; pero suelo decir que en nuestra Iglesia hay suficiente santidad para estímulo de quien busca a Dios, y suficiente miseria para autojustificación de quien no lo quiere acoger.
¿Nota un crecimiento del anticlericalismo en España?
Basta asomarse a Twitter para comprobarlo. En su última encíclica, el Papa Francisco señala el riesgo de lo que describe como el “fin de la conciencia histórica”, una especie de deconstruccionismo donde el progreso se identifica con la ruptura de nuestras raíces. Es un fenómeno muy español, pero que se está globalizando. Baste recordar las recientes imágenes de iglesias chilenas en llamas, o las estatuas derribadas de Fray Junípero Serra, Isabel la Católica, etc.
¿Los sacerdotes son buenos puentes entre los hombres y Dios?
La responsabilidad de un sacerdote es grande. Es mucho lo que se espera de nosotros. La prueba es que en tu pregunta hablas de los sacerdotes como “puentes entre los hombres y Dios”… Te comparto una intimidad: yo suelo rezar con frecuencia la siguiente oración: “Señor, que por mi mal ejemplo nadie se aleje de ti. Y ojalá alguno pueda acercarse a ti, a través del testimonio que pueda darle”.
Muchos sacerdotes han perdido la vida este año arriesgándose a ejercer su ministerio en medio de la pandemia.
Este año he hablado bastante del ejemplo de Giuseppe Berardelli, arcipreste de Bérgamo, Italia, contagiado de coronavirus, que renunció a un respirador para salvarle la vida a un joven. Representa bien la imagen del sacerdote que murió entregando su vida, porque no tuvo miedo a la muerte y entendió que cualquier oportunidad era buena para dar testimonio de la importancia de dar prioridad al amor sobre el sálvese quien pueda.
¿Por qué reza usted en este arranque de 2021?
Rezo sobre todo por la perseverancia; por mi propia perseverancia y la de cuantos me han sido confiados, porque de muchos es el empezar, pero de pocos el llegar a término. En esta vida vence el que persevera. Por ello, pido paciencia y fortaleza; es decir, fidelidad.
¿Qué ha aprendido en esta década larga de obispo de San Sebastián?
Que es importante combinar la ilusión que nace del celo ardiente con una paciencia a prueba de bomba; que, para poder gobernar de forma prudente, es necesario hacerlo con distintas velocidades, porque existen nuevas generaciones llenas de creatividad, mientras otros llevan procesos lentos. Aunque sea complicado, el obispo está llamado a pastorear situaciones muy, muy diferentes, cuando no contrapuestas.
¿Ha leído o visto Patria? ¿Le parece una historia predicable?
No he leído la novela, pero sí he visto la serie. Necesitaría mucho espacio para expresarme de forma matizada… pero voy a referirme aquí a un detalle que me parece muy importante, y sobre el cual no he escuchado hablar a nadie: no hace ninguna justicia a la verdad que Bittori -la viuda de Txato, principal protagonista entre las víctimas del terrorismo- manifieste como última voluntad que no desea tener un funeral cuando muera, porque ha perdido la fe, mientras que Miren -exponente del fanatismo que justifica el terrorismo- se muestre como una creyente practicante y máximamente religiosa. ¡Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia! La historia ha demostrado justamente lo contrario: las víctimas del terrorismo han mantenido su fe religiosa en un grado infinitamente superior a los círculos proetarras, en los que se produjo un alejamiento muy grande de la fe católica.
¿Los sacerdotes que mezclan fe e ideología política han desaparecido del País Vasco?
Todos recordamos un reciente episodio que saltó a los medios de comunicación, y que demuestra que aún permanecen algunos casos. Pero no me cabe la menor duda de que, a día de hoy, son casos muy aislados que no reflejan la posición del conjunto del clero vasco. Y, por cierto, me permito hacer otro comentario con respecto a Patria. Me llamó la atención que en el transcurso de la trama de la novela convertida en serie se haya dado algún margen de redención a todos los personajes que tuvieron distintos grados de connivencia con el terrorismo de ETA, incluidos a Miren y a su hijo asesino. Sin embargo, al único personaje al que se le ha negado margen alguno de redención es al sacerdote. No me parece justo. Y conste que valoro Patria como una aportación importante para la memoria de nuestro pueblo vasco.
Sin juzgar la intención, ¿cree que quienes agitaron el potaje de sacristía y violencia están arrepentidos?
Aquella agitación no se circunscribió a las sacristías, sino que afectó al conjunto de la sociedad. La sociedad vasca ha pasado página de aquellos años tan desgraciados, gracias a Dios, pero es innegable que la herida no se ha cerrado adecuadamente. Ha faltado arrepentimiento inequívoco y públicamente expresado. Y por lo que respecta al arrepentimiento impulsado por motivaciones religiosas, se han conocido pocas conversiones. Aprovecho esta entrevista para presentar una conversión al cristianismo de alguien que estuvo metido en todo aquel fregado y cuyo testimonio acabamos de grabar en el canal diocesano de YouTube. Me refiero a la historia de Mikel Azurmendi. No me cabe la menor duda de que solo Jesucristo puede indicarnos la salida del “laberinto vasco”.
¿Qué aire se respira ahora en un seminario vasco? ¿Qué sacerdotes se forman o qué sacerdotes aspira usted a que se formen allí hoy?
Aunque el número de los seminaristas es pequeño, los veo llenos de ilusión por proclamar la esperanza del Evangelio a nuestra sociedad. El plan formativo de los seminarios es muy sólido, habiendo sido recientemente renovado por la Santa Sede y la Conferencia Episcopal. ¡Queremos sacerdotes con olor a oveja, al mismo tiempo que con profunda experiencia de Dios!
¿A qué huelen sus ovejas?
Desde luego, huelen más a lágrimas, sudor y sangre que a Chanel.
¿Dios sigue llamando a gente joven en el siglo XXI?
En los seminarios actuales hay grandes diferencias de edad y de trayectoria entre los seminaristas. Algunos podrían haber sido los padres de otros. En un tiempo hablábamos de las diversas generaciones de seminaristas. Hoy en día queda patente que cada uno de ellos ha sido alcanzado por Cristo de forma singular… Lo cual es una inmejorable oportunidad para caer en la cuenta de que, aun siendo todos hermanos, ante Dios somos únicos e irrepetibles.
¿Merece la pena servir a Dios, aunque se quede uno un poco solo de afectos?
En la liturgia eucarística se utiliza una expresión que me conmueve: “Te damos gracias, Señor, porque nos haces dignos de servirte en tu presencia”. Algunos miran el sacerdocio pensando fundamentalmente en sus renuncias, cuando, en realidad, es un auténtico privilegio poder colaborar con Cristo tan de cerca. No creo que se pueda aspirar a algo superior en esta vida.
¿Qué soledad vive un pastor?
Ciertamente, remar en contra de la corriente requiere perderle miedo a la soledad. Recuerdo que nuestra difunta madre, que murió con 90 años, me decía: “¡Ay hijo; a ti te han hecho obispo en mala época!”. No es así. El consuelo que un obispo recibe de multitud de personas es muy grande.
¿Hasta qué punto palpa la crisis de la familia?
¡Habría que ser ciego para no verla! Si las ideologías anteriores a la caída del Muro de Berlín se cebaron con las libertades políticas y el modelo económico, las ideologías de hoy se han centrado en el ataque a la familia y a la vida, hasta el punto de provocar una crisis antropológica.
¿La Iglesia ha hecho que creer en el matrimonio sea más difícil que hacerlo en los Reyes Magos?
La familia no es un molusco, sino un vertebrado. Es el matrimonio el que vertebra la familia. Decía Chesterton que no solo es el amor el que sostiene el matrimonio, sino el matrimonio el que sostiene el amor. Pero claro, la comunión del matrimonio tiene el precio de morir a nuestros egoísmos.
Usted comunica bien. ¿La Iglesia le sigue el ritmo, o transita todavía los canales del siglo XX?
La Iglesia, ciertamente, no es la que mejor comunica en nuestra sociedad, pero es la que comunica lo mejor… Y sí, es verdad que tenemos un problema con la comunicación y que las encuestas dicen que no suscitamos empatía; pero el buen comunicador no es el que busca la empatía a cualquier precio, sino el que consigue que la verdad resulte apasionante. Nos queda recorrido.
¿El ambón separa del pueblo? Quiero decir: el cura que da lecciones desde los púlpitos corre el riesgo de distanciarse del resto del pueblo, del que forma parte.
El hombre de todos los tiempos no solo tiene hambre de amar y ser amado, sino también de conocer y transmitir la verdad. Por lo tanto, una buena enseñanza de la fe, cuando se hace desde el amor, no nos aleja del hombre de hoy, sino que nos aproxima a él.
Porque igual no hemos entendido bien que los sacerdotes son tan humanos como todos. También porque algunos, a veces, hablan demasiado ex cathedra.
Escuché en una ocasión que el sacerdote está llamado a ser coetáneo, pero no epocal. El sacerdote ha sido elegido para ser un hombre de Dios para los demás… Todo un reto.
¿Percibe usted que los sacerdotes comprenden bien los problemas de los demás?
Sí, los sacerdotes experimentamos en nuestra propia carne y en la de nuestras familias los mismos problemas. La prueba es que existe una gran demanda de acompañamiento espiritual, que no siempre atendemos adecuadamente, por cierto… Ahora bien, una buena dirección espiritual no consiste únicamente en dar respuesta a los problemas de los demás, sino en ayudarles a abrir nuevos horizontes.
¿Usted también se confiesa? ¿A un obispo le cuesta pedir perdón?
Yo me confieso muy a menudo, y aunque es duro hurgar en los propios pecados, siempre salgo reconfortado. El sacramento de la confesión no es un mero quitamanchas, como algunos piensan, sino un fortalecimiento de la esperanza.
Una sociedad que ha perdido masivamente la noción de pecado, ¿relativiza el mal?
Permíteme primero hacer una aclaración que considero muy importante: los católicos no pensamos que algo es malo porque nuestra religión haya dicho que es pecado. Más bien al contrario. Nuestra religión dice que algo es pecado porque es malo. Como decía Santo Tomás de Aquino: “Ofende a Dios lo que daña al hombre”… A partir de ahí, el relativismo y la pérdida del sentido del pecado se retroalimentan…
¿Por qué el cristianismo coherente hace bien a la sociedad?
Recuerdo que Chesterton -de quien me declaro un fan- decía: “Una de las razones por las que me adhiero al cristianismo es por su intento de cambiar el mundo desde dentro, a través de las voluntades y no de las leyes”.
¿Cómo es su felicidad? ¿Qué le hace sonreír, qué le hace llorar de emoción, qué le anima a despertarse cada día?
Yo me considero una persona feliz, aunque sufro; o dicho a la inversa, sufro, pero soy feliz. Alguno me dirá que ambas cosas a la vez no son posibles, pero yo le respondo que desde que Jesucristo llegó al mundo son dos realidades compatibles; es más, que la única felicidad real es la que abraza la cruz de la vida… Hace un par de años publiqué el libro Dios te quiere feliz. Su título nace del convencimiento de que, cuando nos percatamos de que nuestro anhelo de felicidad coincide al milímetro con la llamada de Dios a la santidad, entonces y solo entonces, es cuando nos entendemos a nosotros mismos.
¿Qué le ayuda a no acostumbrarse a las cosas de Dios?
Alguien dijo que ser cristiano es no cansarse nunca de estar empezando siempre. Lo que más me ayuda para no cansarme ni acostumbrarme es procurar vivir en presencia de Dios… ¡Dios siempre es nuevo, nunca te cansas de Él!
¿Por qué decidió ser sacerdote?
Tengo conciencia de haber sido llamado por Jesucristo a ser sacerdote, no de haberlo escogido por gusto o por iniciativa personal. Me llevaría demasiado tiempo explicar cómo experimenté esa llamada… En su momento lo conté en esta publicación para jóvenes.
¿Ha merecido la pena?
Sin duda. Siento que los años de oro de mi vida fueron los del seminario. Posteriormente, los siguientes veinte años como sacerdote en Zumárraga, de los 24 a los 44, me demostraron que el ideal en el que había sido educado era verdadero. Y luego ya, lo de ser obispo es la caña, en el sentido más amplio del término, que incluye sufrimientos y alegrías.
¿Alguna vez ha estado tentado de tirar la toalla?
No, eso no me ha rondado nunca por la cabeza… Tal vez porque me considero hijo de la obediencia. Estoy donde estoy porque la Iglesia me lo ha pedido, no porque lo haya elegido. Y esto me da una gran libertad. Si persiguiese una estrategia personal, es muy probable que me brotasen muchas dudas y tentaciones de tirar la toalla. Pero no es el caso.
¿Se siente respaldado por la Conferencia Episcopal?
Los obispos españoles nos queremos y nos apoyamos, aunque no podamos mantener una relación muy estrecha, ya que a cada uno le absorbe su reto próximo.
¿Cómo le ha abierto la cabeza y el corazón el Papa Francisco?
Pienso que cada uno de los papas que me han acompañado en mi biografía ha dejado una huella importante en nuestro carisma personal: Juan Pablo II me ayudó a quitarme miedos y a afrontar retos difíciles; Benedicto XVI me trasmitió el amor a la verdad y la importancia del discernimiento, y el Papa Francisco me enseña a poner el foco en los rostros concretos, sin perderme en las teorías.
¿Qué le ha pedido a los Reyes Magos?
Los que me conocen saben que soy muy insistente en una petición doble: ¡Conversiones y vocaciones! Lo pido por tierra, mar y aire. Se lo pido a los Reyes Magos, a Santa Claus y al Olentzero… Fuera de bromas, se lo pido a Dios, por la intercesión de la Virgen María y de San José, patrono de la Iglesia.
¿Cómo anima usted a vivir 2021 en un país especialmente azotado por la tragedia del coronavirus?
Necesitamos aprender a desarrollar nuestros proyectos sin estar esperando a que pase la pandemia. Como decía Gregory Berns, neurólogo de la Universidad Emory de Atlanta, “en tiempos difíciles a lo que más debemos temer es al miedo”.
¿Qué le deparan los planes de Dios a partir de ahora?
Hay un refrán mejicano que dice: “Si quieres hacerle reír a Dios, cuéntale tus planes”… No tengo ni la más remota idea de lo que la providencia pueda depararme. Pero sí puedo decirte que, por la gracia de Dios, he aprendido de nuestro patrono San Ignacio a vivir lo que él describió como la “santa indiferencia”. Es decir, ¡que sea lo que Dios quiera! Confío en Él. He firmado un cheque en blanco diciéndole a Dios que lo rellene como quiera, sin que la preocupación del futuro me impida vivir el presente con pasión.