Nuevos métodos

Nuevo lenguaje, nuevos métodos

Para comprender la intuición que le llevó al Beato Juan Pablo II a poner en marcha las Jornadas Mundiales de la Juventud, es necesario remitirse a una alocución que dirigió a la Asamblea del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana) en 1983. Con motivo de las celebraciones conmemorativas de los 500 años de la Evangelización de América, el Papa convocaba a América Latina y a toda la Iglesia a llevar a cabo una “Nueva Evangelización”, “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión” (cfr. Juan Pablo II, Puerto Príncipe, 9-3-1983).

Al año siguiente, el Papa realizaba un gesto profético, entregando y encomendando a los jóvenes del mundo entero la Cruz de madera que había presidido en el Vaticano la celebración del Año Jubilar de la Redención (1984). Un año más tarde, en 1985, se celebraba el Año Internacional de la Juventud, con una inolvidable convocatoria en Roma. El terreno ya estaba preparado para dar inicio a las Jornadas Mundiales de la Juventud en 1986.

Para entender la JMJ es necesario “bucear” en el corazón de este “buen pastor” que fue Juan Pablo II. Sus puntos de partida fueron: la constatación de que la juventud era arrastrada por la secularización; la verificación de que muchos de los anteriores métodos pastorales ya no les decían nada a las nuevas generaciones; el referente de la evangelización tan audaz e intrépida emprendida en América 500 años atrás;  y sobre todo, la experiencia mística que tenía Juan Pablo II, que le llevaba a compartir el amor de Jesucristo por los jóvenes…  Todos estos elementos confluirían en el origen de la JMJ: “Es necesaria una Nueva Evangelización, nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones”.

Es cierto que el Beato Juan Pablo II recibió un especial carisma para la labor pastoral con los jóvenes. Su carisma parecía heredero de la intuición de San Juan Bosco: “Amad aquello que aman los jóvenes y ellos aprenderán a amar lo que vosotros queréis que amen”. Ahora bien, en ningún momento cayó en la tentación de adular a la juventud. Frente a una cultura de la eterna adolescencia, que parece avergonzarse de sus mayores, Juan Pablo II nos enseñó que lo importante de la juventud no es cómo conservarla, sino cómo “invertirla”.

Algunos han acusado a la JMJ de ser un mero folclore juvenil, pero el propio Benedicto XVI matiza diciendo: “Los jóvenes no buscan una Iglesia juvenil, sino joven de espíritu; una Iglesia en la que se transparenta Cristo”. Y en el ejercicio de su pontificado nos muestra, al igual que su predecesor, cómo dirigirnos a los jóvenes, sin adulaciones pero conectando con ellos: “Permaneced unidos, pero no encerrados. Sed humildes, pero no medrosos. Sed sencillos, pero no ingenuos. Sed reflexivos, pero no complicados. Entablad diálogo con todos, pero sed vosotros mismos” (Benedicto XVI a los jóvenes de Génova, 18-5-08).