Aquí tenéis la señal

“Aquí tenéis la señal…”

“Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc. 2, 12).  Sin embargo, en buena parte de las céntricas calles de las principales capitales españolas, no se encuentra “señal” alguna del nacimiento de Cristo. Es verdad que nos ha sorprendido el despliegue de todo un alarde de psicodélicas luces decorativas: figuras geométricas, diseños surrealistas, difusas evocaciones del abeto… Adornos muy llamativos y exuberantes, pero… carentes de significado y de mensaje. Todo un esfuerzo estético de una cultura secularizada, que pretende vestir la nada de brillantes colores, “engalanando” el sinsentido de una “Navidad” sin “Natividad”.

Signos y significados

Esta ausencia de “signos” ha sido precedida por la polémica del crucifijo que colgaba de la pared del colegio público vallisoletano. Una sentencia judicial ordenaba su retirada del aula, a petición de un padre, en contra de la voluntad mayoritaria de las familias de los alumnos, expresada en el Consejo Escolar. El juez estimaba que se trata de un “signo” que puede resultar agresivo contra la debida neutralidad en la educación de los colegios públicos.

Es sorprendente que se pretenda “hilar tan fino” a la hora de preservar la neutralidad, mientras que en esas mismas aulas se imponen obligatoriamente a los alumnos, con total impunidad, contenidos morales contrarios al sentir de sus padres (léase “Educación para la Ciudadanía”).

Esta contradicción, como tantas otras, demuestra a las claras, la inexistencia de la neutralidad en los valores. La ausencia de signos –máxime cuando nace de un rechazo explícito- es, por sí misma ya, totalmente “significativa” del nihilismo imperante. En realidad, el “relativismo” se expresa en la “nada”, de la misma forma que el cristianismo se expresa en la “cruz” y en el “belén”.

Todas las cosmovisiones de la existencia se plasman en determinados signos, y la “nada” no es una excepción. El gran engaño consiste en confundir el “vacío interior” con la “neutralidad”.

La señal del cristiano

Siempre me ha impresionado que los dos grandes signos del cristianismo sean tan humildes y austeros: la Cruz y el Niño en un pesebre. ¡Qué lejos estamos de la simbología ampulosa y fascinante con la que se expresa la cultura secularizada y materialista!

Parece como si Dios hubiese elegido hacerse presente en nuestra vida bajo el signo de la debilidad, como pidiendo permiso para entrar, sin deseo alguno de imponerse a quien no le otorgue libremente su consentimiento: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

El debate sobre la presencia de los signos cristianos en los espacios públicos, se ha orientado hacia las luchas reivindicativas, dejando en el olvido la perspectiva divina del mensaje. Yo me imagino a Jesucristo conversando con el conserje del colegio, o con el funcionario municipal, que cumplen la orden de retirar el pesebre y el crucifijo: “¡Pero, Antonio, si yo sólo quería deciros a todos que os quiero!”.

De bueyes y asnos

“Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre del dueño. Israel no conoce, mi pueblo no recapacita” (Is 1, 3). Este texto de Isaías fue uno de los que inspiraron a San Francisco de Asís, allá por el año 1223, para realizar la primera representación del belén, en la localidad italiana de Greccio.

San Francisco entendió que la presencia del buey y del asno en la representación belenística, esconde una velada referencia al dolor de Dios por no verse acogido por la humanidad, representada en los habitantes de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). El reproche de Yahvé –“Israel no conoce, mi pueblo no recapacita”- es una referencia al peligro de la insensibilidad espiritual a la que nos conducen los desmedidos afanes y preocupaciones materiales de la existencia.

Sin embargo, el buey y el asno no son sólo el signo profético que denuncia el rechazo del Hijo de Dios, sino que también nos representan a cada uno de los que deseamos acogerlo. En medio de esta particular “fauna” que conformamos entre todos, reivindicamos la imagen de aquel “burro” y de aquel “buey”… ¡Tal vez, haya llegado el momento de aprender algo hasta de los animales! ¿Y si le pidiésemos a Dios en esta Navidad, la gracia de ser el “burrito” de su belén?