Con gran sentido común, no exento de fina ironía, San Ignacio de Loyola, en su libro de los Ejercicios Espirituales, da por supuesto que la primera aparición de Cristo resucitado fue a María, su madre. Así nos lo expresa: “Primero se apareció a la Virgen María; lo cual, aunque no se cuente en la Escritura, se tiene por dicho al afirmar que se apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, según está escrito: «¿también vosotros estáis sin entendimiento?»”.
Ciertamente, se trataba de un encuentro tan hondo e íntimo, que no es de extrañar que no haya quedado reseñado en los Evangelios, permaneciendo en el secreto de la relación entre Madre e Hijo. Sin embargo, de alguna manera, también es cierto que nosotros estamos llamados a participar de aquella misteriosa “visita” del resucitado, en la medida en que hemos pasado a formar parte de la gran familia de Cristo –nuestro hermano- y de María –nuestra madre-.
Aquel encuentro fue tan parco en palabras como intenso en la expresión de alegría y gratitud. El gozo de la Madre es la vida resucitada de su Hijo. Haciéndose portavoz de todos los redimidos, María expresaría a su Hijo el agradecimiento por su fidelidad en la cruz: “¡Gracias, Hijo mío, por tu fidelidad a la voluntad del Padre!”
Pero Jesús no es de los que se deja vencer en gratitud: “¡Gracias Madre por esa lección de fidelidad y obediencia que he recibido siempre de ti y de José! Gracias, porque nunca olvidaré que hubo un día en el que todos huyeron desesperanzados, y en el que la Iglesia te tuvo a ti como su único miembro santo. Felicidades, porque sostuviste junto a ti con celo ardiente a Juan, mi discípulo amado, convirtiéndote en escuela de esperanza para todas las generaciones…”
En efecto, el Resucitado no sólo nos comunica la gran noticia de que nuestros pecados han sido redimidos por su muerte y resurrección… sino que, para sorpresa y confusión nuestra, viene a expresarnos su gratitud por la fidelidad en su seguimiento. En esta Pascua del 2008, de una forma especial, el Señor muestra su felicitación y su agradecimiento a estos dos hijos predilectos de María:
Chiara Lubich: El viernes de pasión fallecía a los 88 de edad Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los focolares, uno de los carismas más difundidos en la Iglesia Católica, especialmente tras el Concilio Vaticano II. La Iglesia, en nombre del Resucitado, siente la necesidad de agradecer a esta elegida de Dios su fidelidad para llevar adelante ese carisma, don del Espíritu para todos los hombres de buena voluntad. Quince cardenales, además de incontables obispos de la Iglesia Católica, asistieron a sus funerales, presididos por Mons Bertone -Secretario de Estado de la Santa Sede-, quien en la homilía dio gracias a Dios por esta vida: «Dios suscita personas que ellas mismas sean amor, que vivan el carisma de la unidad y de la comunión con Dios y con el prójimo; personas que difundan el amor-unidad, haciendo de sí mismos, de sus casas, de su trabajo un «hogar», en el que ardiendo el amor contagia e incendia todo lo que está a su lado».
Paulos Faraj Rahho: Esta Cuaresma ha sido testigo del secuestro y posterior asesinato del arzobispo de los católicos de rito caldeo de Mosul (Irak). El Señor resucitado agradece también a este testigo de la fe su fidelidad en medio de la persecución: ¡Gracias por haber permanecido allí, cuando la mayoría ha salido corriendo! Nuestra gratitud junto con la del Señor, a este pastor que, a imagen de Cristo, ha dado su vida por el rebaño que le ha sido encomendado…
En definitiva, dichosos también todos los destinatarios de la última de las bienaventuranzas pronunciadas por Jesús en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 10-12).
Felices Pascuas a todos, porque Cristo ha resucitado, y comparte con nosotros su victoria sobre el pecado y la muerte. ¡Gracias en nombre de Cristo resucitado por vuestra fidelidad y, sobre todo, por vuestro deseo de santidad!