Divina misericordia

El día de la Patrona de Palencia, Nuestra Señora de la Calle, tuve ocasión de anunciar la próxima celebración en Roma -del 2 al 6 de abril-, del primer Congreso Mundial de la Divina Misericordia.  Se trata de una iniciativa del Arzobispo de Viena, Cardenal Schönborn, a la que se han unido una veintena de cardenales de los cuatro puntos cardinales, conformando un patronato internacional organizador del Congreso. El Cardenal Primado de España, Don Antonio Cañizares, será quien presida la Delegación Española. El Papa Benedicto XVI inaugurará y concluirá este encuentro eclesial, lo cual es muy significativo y muestra del máximo rango que la Iglesia ha querido otorgar a este evento.

¿Qué razón hay para subrayar y enfatizar tanto este atributo divino de la Misericordia? ¿Acaso no está presente ya en todas las páginas de los Evangelios y en la predicación ordinaria de la Iglesia?  Evidentemente, por una parte, no tendría sentido que acentuásemos y recalcásemos, sino aquello que nos ha sido revelado por Cristo. Pero al mismo tiempo, es preciso que sepamos descubrir dónde sopla el Espíritu en cada momento, en respuesta a los signos de los tiempos.

Juan Pablo II fue el gran valedor de la Divina Misericordia, promulgando la Encíclica Dives in misericordia, instituyendo la solemnidad litúrgica de la Divina Misericordia y elevando a los altares a Santa Faustina Kowalska. La experiencia personal que Karol Wojtyla tuvo del rostro del mal en el siglo XX, primero con el nazismo y luego con el comunismo, es la clave para entender su afinidad con este misterio. Son expresiones suyas: «El límite que Dios ha impuesto al mal en el mundo es la mismísima Divina Misericordia”, «¡Qué necesidad tiene el mundo de entender y aceptar la Divina Misericordia!»

Sin embargo, a pesar de que en la última parte del siglo XX y en el comienzo del nuevo milenio se viviese otro escenario muy distinto, en el que se iba perdiendo la memoria de los horrores de la guerra, no por ello dejaba de tener actualidad el Misterio de la Divina Misericordia. En el momento actual, la amenaza para el hombre no proviene tanto de unas ideologías de marcado cariz político, cuanto de la disolución de las propias raíces cristianas y del efecto devastador de la secularización.

En efecto, el hombre contemporáneo se debate entre la soberbia propia de quien pretende reafirmarse en su autosuficiencia, dando la espalda a Dios, al mismo tiempo que padece una preocupante falta de autoestima y cae en la desesperanza. Paradójicamente, no estamos hablando de dos sujetos distintos –el orgulloso y el que se autodesprecia-, sino que es el mismo sujeto en situaciones diversas.

Por ello, aunque hayan variado las circunstancias históricas en las que Santa Faustina Kowalska recibió esa intuición, han surgido otras que hacen al hombre más necesitado, si cabe, de esa misma Misericordia. Así lo reafirmó el mismo Juan Pablo II: «La Divina Misericordia es la luz que ilumina el camino del pueblo del tercer milenio”, «Aparte de la Misericordia de Dios no hay otro camino de esperanza para la humanidad”, “Ha llegado la hora en que el mensaje de la Divina Misericordia necesita llenar los corazones de esperanza y ser la chispa que encienda una nueva civilización: la civilización del amor”. En términos semejantes, Benedicto XVI ha expresado la misma convicción: «¡Cuántos, también en nuestro tiempo, buscan a Dios, buscan a Jesús y a su Iglesia, buscan la Misericordia Divina, y esperan un «signo» que toque su mente y su corazón!».