Algo no funciona ¿Y si hiciésemos autocrítica?

Una vez más, los datos estadísticos han caído como un jarro de agua fría sobre la opinión pública española. El responsable del “Informe Mundial sobre Droga 2007”, Thomas Pietschmann, hacía públicos en rueda de prensa, el pasado 26 de junio, los resultados publicados por la oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (ONUDD). Las cifras -como digo- demoledoras: España, por delante de Estados Unidos, es el país con mayor consumo de cocaína del mundo, además ¡ya ha cuadruplicado la media del consumo europeo! En términos globales, en nuestro país la tasa de consumo de cocaína se ha duplicado desde 1999; mientras que en la última década, se ha multiplicado por cuatro, en los alumnos de Institutos de Enseñanza Secundaria.

Todo ello, pese a los grandes esfuerzos de prevención que se han llevado a cabo en estos mismos años, además del refuerzo de la legislación. Tampoco parece razonable achacar el problema a la ineficacia policial, ya que España ha tenido, en el último año, el mayor número de incautaciones de cocaína de Europa (el 45% del total del continente). También cabe reseñar que España, en 2005, fue el país del mundo donde las autoridades se incautaron de mayor cantidad de hachís (resina de cannabis): ¡el 51% del total mundial! -no, no me he equivocado de números-, seguido de Pakistán y de Marruecos (con un 7% del total, cada uno).

Como tuve ocasión de manifestar en la carta pastoral “Manda el porro a la porra” (16-XI-06), nos encontramos ante un problema muy grave que nuestra sociedad no está afrontando adecuadamente. Antes que un tema sanitario, policial, psicológico, pedagógico… estamos ante una crisis eminentemente espiritual y moral, que requiere una seria autocrítica sobre los “valores” que nuestra cultura liberal está sembrando.

Más aún, de poco serviría ahora que pretendiésemos recuperar una serie de valores, al mismo tiempo que continuamos difundiendo muchos contravalores. No tiene sentido pisar el acelerador y el freno del coche al mismo tiempo. Pongamos una serie de ejemplos:

El hecho religioso: Relegamos en los planes educativos y ridiculizamos en los medios de comunicación el hecho religioso, cuando resulta que hace ya cerca de veinte años disponemos de estudios sociológicos de máxima solvencia (como el publicado en 1989 por Javier Elzo, bajo el título “Los jóvenes y sus relaciones con las drogas”), en los que se concluía que la variable estadística que mejor explica la incidencia de la droga en la población joven no es su nivel económico, ni el nivel cultural, ni el lugar de residencia, ni tan siquiera el posicionamiento político, sino la variable estadística denominada como el «autoposicionamiento religioso»; es decir, su religiosidad. Sin embargo, en vez de partir de la realidad y sacar las consecuencias de estos datos, nos hemos dedicado a minar los fundamentos espirituales y morales de nuestra sociedad, y ahora lo sorprendente es que nos mostremos perplejos ante los efectos que nosotros mismos hemos originado. Considero grave esta falta de autocrítica, porque nos conduce a seguir por el mismo camino.

Pedagogía liberal: Se ha difundido una pedagogía de la desinhibición: ¡hay que ser espontáneos!, ¡no hay que reprimirse!, ¡ya hemos superado la moral de mandamientos y prohibiciones!, ¡carpe diem!… Es verdad que en el momento actual, son muchos los que se han percatado de la necesidad de recuperar el sentido de la autoridad en la educación, pero no saben cómo hacerlo y en ocasiones, por carecer de una comprensión antropológica del ser humano, caen en múltiples contradicciones.

Si se me permite una reflexión teológica intercalada en el presente artículo, pienso que la negación o el olvido del pecado original y de sus consecuencias, ha tenido unas derivaciones muy dañinas. Cuando comenzamos por ignorar que el enemigo lo tenemos dentro de nosotros, difícilmente vamos a ser capaces de combatirlo, y menos aún, de vencerlo.

Partiendo de este principio que no sólo es teológico, sino también antropológico, nos convenceremos de la necesidad de educar en la virtud de la templanza, que es la que modera nuestra inclinación instintiva hacia los placeres y procura el equilibrio en el uso que hacemos de los bienes creados.

“Quererse para poder querer”: Que no nos quepa duda de que detrás de la droga se esconde un indisimulado autodesprecio. Carecemos de fundamentos sólidos para una auténtica autoestima, a no ser que la sustentemos intentando sobresalir por encima de los demás. ¡Y he aquí la fragilidad del planteamiento! Quienes están sumidos en la desesperanza y el autodesprecio, son candidatos a refugiarse en diversos “tubos de escape” que les permitan aliviar su vacío interior.

Con lo dicho hasta aquí no quiero minusvalorar los planes de prevención contra la droga que el Ministerio de Sanidad y otros organismos han llevado a cabo estos últimos años. Sin embargo, la realidad demuestra que son tan necesarios como insuficientes. Está pendiente de abordar el problema en su núcleo fundamental, ya que la droga no es sino un síntoma más de una cultura enferma por su vacío interi