Simplemente, Caridad: «Lo hacemos por Jesús»

El Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney -patrono de los sacerdotes-, en sus sermones solía hacer una hermosa y práctica aplicación de la leyenda de San Alejo, a la presencia real de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía:

Pertenecía San Alejo a una familia adinerada. Renunciando voluntariamente a sus bienes, por amor a Dios, abandonó la comodidad del palacio familiar para marchar lejos y vivir como un mendigo pidiendo limosna. Pasados muchos años, regresó a su ciudad natal, flaco y desfigurado por las penitencias que hacía. Sin darse a conocer, pidió y recibió albergue en el mismo palacio de sus padres. Durante diecisiete años vivió bajo una de las escaleras del edificio, a cambio de prestar algunos humildes servicios.

Al morir Alejo, su madre reconoció que se trataba de su hijo, cuando en el momento de amortajar su cuerpo reconoció en él unas marcas. Podemos imaginar el dolor en aquel lamento materno: “¡Hijo mío, qué tarde te he conocido…!”.

La catequesis del Santo Cura de Ars encontraba en la historia de San Alejo una imagen muy plástica: en esta vida, a Jesucristo le tenemos mucho más cerca de lo que suponemos. Al salir de esta vida, el alma reconocerá a Aquél que estaba presente en la Eucaristía. Y entonces, a la vista de tantas gracias eucarísticas desaprovechadas, exclamará también: “¡Oh, Jesús, será posible que te haya conocido tan tarde!”.

La catequesis del Cura de Ars, la podemos y debemos aplicar igualmente a la presencia de Cristo en todos y cada uno de los pobres del mundo, en todas las modalidades de pobreza. Pasamos junto a Jesucristo sin reconocerle cuando aceleramos el paso al cruzarnos con un conocido depresivo, porque nos da pavor la posibilidad de que nos pare y nos vuelva a contar sus penas. Jesús está tan cerca de nosotros que ¡vive debajo de nuestra propia escalera!… Baste descubrirle en esa familia desestructurada cuyos hijos crecen carentes de un amor estable y también en unos inmigrantes que afrontan el gran reto de su vida. Como ocurrió con San Alejo, a veces, las “malas pintas” de los desheredados de la historia, pueden dificultarnos reconocer el rostro del “HIJO”.

Afortunadamente, la sensibilidad social hacia la pobreza ha crecido entre nosotros –aunque quizás sea más a nivel de ideales que a nivel práctico-, y buena prueba de ello es la proliferación de ONG centradas en la solidaridad con el Tercer Mundo. Muchas de ellas son laicas, y otras muchas han nacido en el seno de la Iglesia Católica, como es el caso de Caritas.

Lo específico de la caridad cristiana es precisamente esto: amar al prójimo como Cristo nos amó. Es cierto que nuestra caridad no mira el credo de las personas a las que se dirige. Pero eso no significa que pongamos nuestra fe entre paréntesis a la hora de acercarnos al prójimo. Todo lo contrario. Jesucristo debe ser confesado como la motivación y la finalidad última de nuestro amor y entrega a los más desheredados. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: «Hago mi trabajo con Jesús, lo hago por Jesús, lo hago para Jesús y, por tanto, los resultados son de Él, no míos».

Benedicto XVI nos recordaba en su encíclica “Deus Caritas est” que la naturaleza íntima de la Iglesia está expresada en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios, celebración de los Sacramentos y ejercicio de la Caridad. Cometeríamos un error muy grave si llegásemos a pensar que los avances sociales pueden justificar nuestra retirada en este terreno. Así lo afirma el Papa: “Las tres tareas se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (“Deus Caritas Est”, nº 25).

Desde estos presupuestos, como podéis suponer, el hecho de que aunemos en el día del Corpus Christi la confesión de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía y en los pobres, no es ningún amontonamiento indebido, ni tan siquiera es fruto de una coincidencia. Se trata de un único e inseparable misterio, que encuentra en este fiesta del Corpus el marco más adecuado para su proclamación.

Es necesario que llamemos la atención sobre algunos retos de nuestra Caritas Diocesana de Palencia. Las cuotas de afiliados a Caritas son muy escasas: poco más de trescientas en total, y algunas de ellas con cuantías muy bajas. Nuestra aportación económica a los necesitados debería ser más acorde con nuestros ingresos. Es preciso que sintamos este deber moral de justicia y caridad. A Caritas le ayudaría mucho que nuestra aportaciones puntuales se concretasen en el compromiso de una cuota voluntaria, porque ello permitiría fijar con más garantía su presupuesto anual.

Al mismo tiempo, Caritas necesita más voluntarios tanto a nivel parroquial como diocesano. La semana pasada tuve la ocasión de acercarme a nuestro Albergue de Transeúntes en Palencia, y pude comprobar cómo se ha tenido que tomar la decisión de que sus puertas permanezcan cerradas, de Mayo a Octubre, durante varias horas por la tarde, por falta de voluntariado suficiente. Por el mismo motivo, algunos voluntarios en el ropero del albergue se veían obligados a dedicar más horas de las previstas. Si es importante nuestra contribución económica, el mayor tesoro que podemos ofrecer al Señor es la dedicación de nuestro tiempo.

Tras estas consideraciones, en la solemnidad del Corpus Christi os animo a que busquéis una unión muy afectuosa, con Jesús en la Eucaristía y al mismo tiempo, sintáis vivamente la presencia de Cristo entre nosotros: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos”. (Ap 3, 20)