Ambiente revuelto…

Estos días he podido advertir en algunos sacerdotes de la Diócesis, cierta preocupación ante un ambiente un tanto revuelto, especialmente en los pueblos más pequeños. Por lo visto, no se trata de ninguna novedad, sino que viene repitiéndose sistemáticamente cada cuatro años, con la llegada de las elecciones municipales. Uno de ellos hacía el siguiente comentario: “vienen cada cuatro años y dejan el pueblo patas arriba para una buena temporada”.

Por desgracia, en los pueblos pequeños –y cuanto más pequeños, peor- la formación de las listas electorales contendientes en las urnas es dificultosa, dolorosa y hasta traumática. Llegado este momento, se reabren viejas heridas y se produce un notable retroceso en la convivencia más o menos normalizada de esas decenas o centenas de habitantes.

En la raíz, vanidad y orgullo

Muchos candidatos municipales viven los resultados de las urnas como si se tratase de un veredicto de aceptación o rechazo personal, emitido por sus vecinos. Lo cierto es que se requiere madurez para que el “perdedor” de unas elecciones no se sienta personalmente humillado. Se comete un error muy grande cuando se hace una cuestión personal del servicio político.

Uno de los males más arraigados en nuestra condición pecadora, es el hecho de que el triunfo frente a un oponente llegue a ser la condición necesaria para nuestra autoestima. Dicho a las claras: a veces ocurre que para sentirnos alguien en esta vida, necesitamos mirar “de arriba abajo” a los otros.

El lado oscuro de la amistad

Lo malo suele ser que estos posicionamientos conflictivos no se mantienen en solitario, sino que también, con frecuencia buscamos hacer cómplices a otros muchos. ¡Se toca a arrebato a los allegados, de quienes se espera y exige plena adhesión! ¡El voto al otro candidato sería considerado como una muestra de enemistad!

Parece como si la amistad se demostrase compartiendo las enemistades. ¡Los enemigos de mi amigo son mis enemigos! Es algo así como “el lado oscuro de la amistad”. En realidad, no se trata de una verdadera amistad, sino de una manipulación de ésta, poniéndola al servicio de las propias pasiones.

En algunos pueblos hemos llegado a ser testigos de cómo se trasmite a los propios hijos las enemistades, como si de una herencia se tratase. No hay cosa más triste que ver a unos hijos asumir las antipatías y relaciones tormentosas de sus familias, como una muestra de fidelidad a los suyos.

La ideología es la excusa

En lo que se refiere a los pueblos pequeños, los conflictos que se viven en la formación de las candidaturas, muy poco tienen que ver con las divergencias ideológicas. En realidad, la política municipal que unos y otros puedan llevar a cabo, divergirá muy poco en la práctica.

Tal es así que, puede llegar a ocurrir que las opciones políticas no sean la causa de la divergencia, sino la excusa para visualizar el enfrentamiento personal. Buena prueba de ello es que los enfrentamientos se multiplican aquí y allá, no ya sólo entre los distintos partidos contendientes, sino también dentro de cada uno de ellos. Las fracturas y escisiones dentro de cada candidatura son fiel testigo y reflejo de lo que hablamos. El refranero castellano es tan crudo como certero cuando dice aquello de “mucho gallo para poco gallinero”…

Sistema extraño a la idiosincrasia de las pequeñas poblaciones

Pero el problema de fondo no estriba únicamente en nuestro pecado de vanidad o de orgullo. Es bastante evidente que se ha exportado a los pequeños municipios, de forma artificial y forzada, un sistema de representación democrática municipal que ha sido diseñado para las grandes poblaciones.

Dicho de otro modo, se ha proyectado sobre las pequeñas poblaciones un sistema de representatividad municipal que no ha sido pensado en clave rural. Es una extrapolación forzada de un sistema de partidos políticos, que no tiene nada que ver con la vida diaria de un pueblo de ciento treinta habitantes.

Iluminar la política municipal desde el Evangelio

La perspectiva cristiana trasladada a la política municipal, puede y debe ayudarnos a los cristianos en las próximas elecciones a los consistorios.

El entorno municipal es muy propicio para que la vocación política que procura el bien común de la sociedad, llegue a identificarse prácticamente con la entrega servicial a cada uno de los vecinos. No se trata de buscar “el bien del pueblo”, sino el bien de todos y cada uno de sus vecinos, que es bastante distinto.

Y aquí es donde el Evangelio nos ilumina de una manera determinante: No se puede servir al prójimo sin quererle, sin amarle personalmente. Amar es servir, y servir es amar. ¡He aquí todo un programa de acción política municipal, especialmente dirigido para nuestros pueblos más pequeños! Los católicos de nuestros pueblos palentinos deben contribuir a que las elecciones municipales no sean causa de divisiones y rencores. ¡Ojalá que quienes resulten elegidos, hagan del amor al prójimo el motor de su servicio público! ¡Ojalá que quienes sean “vencidos”, no solamente no se sientan heridos, sino que lleguen a ofrecer su cooperación y disponibilidad en favor del bien común!