El Hijo de Dios se hizo embrión 25 de marzo: ¡Bendigamos la vida!

El 2 de febrero, día en el que celebramos la festividad patronal de Palencia, Nuestra Señora de la Calle, hice público el proyecto de realizar un “signo” anual de reconocimiento y agradecimiento por el don de la vida. El signo elegido es tan sencillo y profundo como la BENDICIÓN DE LAS MADRES EMBARAZADAS.  Lo efectuaremos, Dios mediante, el día 25 de marzo, a las 19’00, en nuestra Casa de la Iglesia, al concluir una conferencia que pronunciará una eminente científica, sobre el inicio de la vida humana.

En medio de la profunda crisis bioética en la que estamos inmersos, cuando parece que la cultura de la muerte se abre paso de forma arrogante… hemos elegido el 25 de marzo, para reflexionar sobre las consecuencias últimas de nuestra fe en la Encarnación. La afirmación del Credo, “se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”, supone que Dios ha asumido la fase embrionaria de la existencia humana. El Hijo de Dios, por amor a nosotros, ¡se hizo embrión humano! Así lo decimos también en el himno litúrgico del  Te Deum: “Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana…”.

Es cierto que el Mesías fue esperado por un “resto de Israel”, pero al margen de esta minoría, el primer drama que conllevaba el misterio de la Encarnación del Verbo es el hecho de que Dios no fuese deseado por su pueblo, del que cabría pensar que hubiese debido estar expectante ante su llegada. Esta es la primera similitud dramática entre la Encarnación y el destino de tantísimos seres humanos que ingresan en la vida humana por la puerta falsa, bajo la terrible etiqueta de “no deseados”. El que hayamos asumido, en nuestro lenguaje, expresiones como «hijo deseado» o «no deseado», delata una mentalidad en la que la vida de un ser humano, es considerada como un objeto de nuestro deseo, olvidando que se trata de un don que trasciende nuestra voluntad.  Pensémoslo bien: la mayor muestra de la debilidad del embrión humano y, correlativamente, la manifestación suprema del abajamiento de Dios, -aceptado libremente por Él- es el estar supeditado a nuestra acogida. El prólogo del Evangelio de San Juan dice aquello de “vino al mundo, y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 10). ¿No cabría decir otro tanto, de la falta de apertura o del rechazo al don de la vida humana concebida? (“No me viene bien”, “no entra en mis planes”, “ahora queremos disfrutar de la vida”, “quizá más adelante”…).

Aquel embrión o feto concebido en el seno de María sufrió también el intento de destrucción por parte de Herodes. Pero hoy, ¡son tantos y tan sofisticados los atentados que llegan a cometerse contra la vida humana incipiente!: embriones fabricados al margen del acto de amor, embriones sobrantes desechados y destruidos, embriones congelados… La última modalidad de la manipulación embrionaria, consiste en sacrificar los embriones humanos para generar células madre de las que podamos extraer beneficios terapéuticos. Un auténtico salto copernicano, por el que el hombre deja de ser un fin en sí mismo, para convertirse en un medio. ¡Ni más ni menos, pasa de ser el “sujeto paciente”, a convertirse en un simple “medicamento” al servicio de otros hombres!

¡El Hijo de Dios se hizo embrión! Y dado que la fase embrionaria es la etapa del desarrollo humano en la que más sujetos estamos a posibles agresiones y peligros, ¡qué importancia tan grande adquiere la figura de la Virgen Madre! Ella nos descubre que no somos árbitros de la vida, sino depositarios y receptores de un don que precede y supera todo deseo humano: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78).

Por el estilo y la delicadeza con la que María acoge, cuida y venera el fruto de sus entrañas, se puede llegar a intuir la dignidad del embrión que lleva en su seno. María es el icono perfecto del misterio que esconde. Por el contrario, la forma tan trivial, caprichosa e intrascendente por la que hoy se llega a acceder a una maternidad a la carta, no manifiesta, sino que oculta, la “dignidad de la madre” y la “dignidad del hijo”.

¡El Hijo de Dios se hizo embrión! Y este misterio es una ocasión inmejorable para entender las palabras de la primera encíclica de Juan Pablo II, Redemptor Hominis: “Jesucristo revela al hombre su propia dignidad”. Mirando a la Virgen, que lleva a Jesús en su seno, vemos que allí donde hubiera podido cometerse un homicidio, se hubiera perpetrado un deicidio. ¡Qué mayor prueba de que la vida es un don sagrado que siempre debe ser respetado y acogido!

Al mismo tiempo que bendeciremos a las madres en estado de buena esperanza, también queremos bendecir a las que tienen dificultad para quedar embarazadas. La tradición católica dirige su oración al Autor de la Vida, pidiendo el don de la fecundidad para los padres que padecen problemas de esterilidad. Por ello, Dios mediante, presentaremos también, en el mismo acto, la devoción a la “Virgen de la Gruta de la Leche”, que los padres franciscanos de Belén difunden según una piadosa tradición. Ello forma parte también de la cultura de la vida, la cual… -no lo dudemos-, es más fuerte que la cultura de la muerte.