Han pasado ya más de veinte años desde el estreno cinematográfico de “El nombre de la Rosa”, una película malintencionada en la que se pretendía difundir una imagen de la Iglesia Católica, como la de una institución que ha ocultado la cultura al pueblo sencillo, para así poder manipularlo a su antojo. Recuerdo que tras la proyección de la citada película, comenté a los amigos que me acompañaban, la importancia de conocer en profundidad la historia, para evitar ser manipulados, y para dar respuesta a tanta leyenda negra difundida contra la Iglesia Católica. Lo cierto es que, a lo largo de sus veinte siglos de existencia, la Iglesia ha fomentado la cultura, como el mejor remedio contra la pobreza, contra los totalitarismos y contra las desigualdades entre los hombres.
El influjo cultural de la Iglesia no se reduce a Europa, a América, o a las misiones africanas. Aunque sea de una forma sencilla y escueta, desearía abrir una ventana para asomarnos a una de esas hermosas y desconocidas páginas de la historia de la Iglesia Católica: En Oriente Medio la Orden Franciscana ha dado –y continúa haciéndolo- un buen testimonio de lo que es alimentar al pueblo, con el pan de la cultura.
Recientemente realizábamos una peregrinación a Tierra Santa, donde tuvimos ocasión de entrevistarnos con el Padre Artemio Vítores, franciscano Vicecustodio en Tierra Santa. ¿Pensamos acaso que nuestros frailes se han limitado desde el año 1342 a cuidar las iglesias levantadas por los cruzados en los Lugares Santos? Muy al contrario, ya hacia el año 1518, los franciscanos abren las primeras escuelas en Tierra Santa. Se trataba de una especie de escuelas parroquiales…, ¡auténtico atrevimiento en plena dominación turca!, cuyo gobierno prefería que sus súbditos vegetasen en la ignorancia. En este contexto social hay que destacar la creación en Jerusalén, en 1740, de una escuela de «Artes y Oficios», para que los cristianos pudieran ganarse la vida y sobrevivir con un trabajo digno.
En el siglo XIX, los hijos de San Francisco se enfrentan al reto de la extensión de la cultura a la mujer, en el contexto de Oriente Medio, donde la cultura musulmana y judía ni tan siquiera contemplaba tal posibilidad. Aprovechando la “relajación” de la supervisión turca, en 1841 los franciscanos abren la primera escuela para niñas de Oriente Medio. El ejemplo termina por cundir, y veinticinco años más tarde, los judíos abren la primera escuela para niñas, y otros veinticinco años después terminan por hacerlo los musulmanes.
En los primeros años del siglo XX los franciscanos dan un paso muy importante en su visión universalista de la educación: aceptan en sus escuelas a judíos y musulmanes. No fue un paso fácil, ya que, sobre todo al principio, hubo gran oposición por parte del Gobierno turco y otros grupos radicales. Pero sin embargo, en el momento presente, los niños musulmanes representan ya un 40 % de total de los alumnos de los colegios de la Custodia Franciscana y de otros colegios cristianos de la Tierra Santa. ¡Por cierto, y dicho sea de paso!, la orden franciscana soporta en estos momentos ¡un millón de dólares anuales!, como déficit en la gestión de esos colegios, dirigidos mayoritariamente a niños pobres, cuyas familias no pueden pagar la escolarización de sus hijos.
La conclusión de todo lo expuesto es bastante evidente: la extensión de la cultura, es una de las obras de misericordia más preciosas de la historia de la Iglesia. Así se nos inculcó desde pequeños en el catecismo. ¿Recordamos? ¡Siete son las obras de misericordia espirituales!: 1- Enseñar al que no sabe. 2- Dar buen consejo al que lo necesita. 3- Corregir al que yerra. 4- Perdonar las injurias. 5- Consolar al triste. 6- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. 7- Rezar a Dios por los vivos y los difuntos.
Y, como dice el refrán, “para muestra, un botón”: Este domingo se celebra la campaña de Manos Unidas, con el lema: “Sabemos leer, ellos no. Podemos cambiarlo”. A la hora de afrontar un problema, suele decirse que hay que distinguir lo urgente de lo importante. Sin duda, es más urgente aliviar el hambre que enseñar a leer. De la misma forma, también cabe decir que es más urgente, enseñar a leer a los niños que enseñarles el catecismo.
Sin embargo, por experiencia, hemos aprendido a rebelarnos ante ese dilema de “lo urgente y lo importante”. No es bueno abusar de esa distinción conceptual. Correríamos el riesgo de estar toda la vida centrados en “lo urgente”, sin abordar nunca “lo importante”. Y de esta forma, los problemas no terminarían nunca de originarse.
El acercamiento a la realidad, nos descubre que todo hombre necesita ser amado, y que el amor no entiende de “servicios sectoriales”. El amor cristiano no puede por menos de acoger a cada persona en su integridad somática, psicológica y espiritual. Ese fue el estilo de Jesucristo, claramente plasmado en los Evangelios. El hombre de todos los tiempos necesita de ese triple alimento: el “pan de trigo”, el “pan de la cultura” y el “pan eucarístico”.