Tres razones para peregrinar a Tierra Santa

Escribo el presente artículo al concluir una peregrinación a Tierra Santa, a la que he asistido junto con sacerdotes y seminaristas de nuestra diócesis. Tras diez meses sin atentados en Israel, el último día de nuestro viaje, se producía un atentado suicida en una localidad turística, Eilat, con el resultado de tres muertos. No es mi intención ahora hablar de la posición de la Iglesia Católica sobre el conflicto judío palestino, que –por otra parte- es de sobra conocida: «Los israelíes tienen derecho a vivir en paz en su Estado; los palestinos tienen derecho a una patria libre y soberana» (Benedicto XVI al cuerpo diplomático internacional, 8 de enero, 2007). «El establecimiento de un Estado palestino viable, con el cual termine la ocupación, requiere tierras contiguas y supone poner en tela de juicio el Muro de seguridad, así como la expansión y el establecimiento de asentamientos en Cisjordania.» (Comunicado del Encuentro de Obispos de Conferencias Episcopales en su visita a Tierra Santa, enero de 2007). Me limito ahora a dar tres razones para motivar la peregrinación a Tierra Santa:

1.- La peregrinación es segura

Las noticias que nos llegan sobre la seguridad en Israel y los territorios autónomos palestinos, nos podrían llevar a concluir que no es prudente emprender en las condiciones presentes la peregrinación a Tierra Santa. Afortunadamente, no es cierto. El conflicto judío palestino, incluso en los momentos más duros de la intifada, no ha atentado jamás contra los peregrinos. El itinerario de los peregrinos está muy alejado de los lugares en conflicto, especialmente de la zona de Gaza. Además, la prudente y heroica labor de la orden franciscana, a quien los papas encomendaron la custodia de los Lugares Santos, unido al común beneficio económico, ha hecho que tanto judíos como musulmanes estén muy interesados en la continuidad de las peregrinaciones.

Pero es que, además, desde la construcción del Muro de seguridad, que aísla drásticamente a los palestinos del territorio judío, los atentados terroristas en Israel han disminuido de forma exponencial. El hecho de que creamos y manifestemos que la construcción de este Muro ha sido injusta, porque ha hecho recaer la miseria sobre los más débiles, no nos impide reconocer la veracidad de este dato.

2.- Los palestinos cristianos necesitan nuestro apoyo

En nuestra tradición católica, hemos designado a la Iglesia de Jerusalén, con el nombre de “Iglesia Madre”. Sin embargo, el conflicto permanente entre judíos y musulmanes, ha originado un éxodo masivo de los palestinos cristianos a Europa y América. Traduciéndolo a datos: hace cincuenta años, más del 70% de la población de Belén era cristiana. Mientras que, hoy en día, los cristianos rondan el 15%. En Jerusalén no llegan al 3%.

El drama de los palestinos cristianos estriba en que se sienten “extraños” en su propia tierra, ante la islamización radical de muchos de sus hermanos palestinos, además de ser discriminados por los judíos, por el motivo de ser “árabes palestinos”. La peregrinación es vital para ellos, tanto económica, como espiritualmente. Es necesario que sepan que no están solos, y que son arropados por los hijos que aquella Iglesia Madre fue engendrando por todo el mundo.

Mención aparte merece la labor de los más de doscientos franciscanos que atienden los Lugares Santos. Su apoyo a los palestinos cristianos es admirable, y se está traduciendo en este momento en la construcción de viviendas, intentando frenar su diáspora. ¿Sabíamos que el Vicecustodio de Tierra Santa (el “segundo de a bordo”) es el Padre Artemio Vítores, un palentino de Cevico Navero? En la entrañable tertulia que pudimos mantener con el P. Artemio, nos descubrió páginas gloriosas escritas por los hijos de Francisco de Asís, en los cerca de siete siglos que llevan con la encomienda del Papa para la defensa de los Santos Lugares y de los cristianos nativos.

3.- “Algo faltará a vuestra fe si no habéis visto Jerusalén” (San Jerónimo)

Uno de los problemas principales que solemos tener los cristianos de “vieja cuna”, es el de creer que lo tenemos todo ya ¡visto y oído! El Evangelio no es para nosotros algo novedoso, incluso puede llegar a resultarnos repetitivo. Tenemos el peligro de adherirnos a la fe cristiana, al modo de una tradición heredada, sin la debida conciencia de que somos seguidores de la Persona de Jesucristo. Por ello, la expresión de San Jerónimo, no me parece exagerada. En los Lugares Santos descubrimos las “huellas frescas” del paso de Cristo entre nosotros. La peregrinación nos sitúa en un “tú a tú”, frente a su Persona.

Más aún, los maestros de vida espiritual, como San Ignacio de Loyola, nos han hablado de la ayuda que supone la “composición de lugar” a la hora de profundizar en la oración: “La composición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, templo o monte, donde se halla Jesucristo o nuestra Señora, según lo que quiero contemplar.” (Ejercicios Espirituales, nº 47). En ocasiones, nos puede costar controlar la imaginación, al adentrarnos en la intimidad de Dios, por caminos de oración. Por ello, será importante que alimentemos nuestra memoria de imágenes que centren positivamente nuestra oración. ¡He aquí otro de los grandes beneficios de la peregrinación a Tierra Santa!

La escasa afluencia de peregrinos en el momento actual, permite a los que allí acuden aprovechar mucho mejor esta ocasión de gracia, sin los inconvenientes de la masificación. ¡Merece la pena! Se trata de clarificar, fortalecer y vivir la fe cristiana en sus mismas raíces.