Tres peligros del momento presente

La reciente Instrucción Pastoral “Orientaciones morales ante la situación actual de España”, aprobada el día 23 de noviembre en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, nos ofrece una reflexión moral demasiado profunda y densa, como para poder asimilarla en una primera lectura. Por ello, conviene que vayamos desgranando sus contenidos, de forma que nos dejemos iluminar por esta palabra profética. En concreto, en esta ocasión nos fijamos en los tres peligros que se nos señalan, como posibles reacciones incorrectas que el católico puede adoptar ante la crisis actual (nn 23-26):

Desesperanza: El momento de fuerte crisis de valores cristianos en medio del cual estamos, puede hacernos caer en la tentación de pensar que “esto está acabado”, “somos los últimos de Filipinas”, “cualquier tiempo pasado fue mejor”… Pero, por mucho que la desesperanza se disfrace de “crudo realismo”, no deja de ser una tentación. La desesperanza se queja mucho de los males morales, pero hace muy poco por cambiarlos. Más aún, es frecuente que el estado de “quemazón interior” al que nos conduce, desemboque en una relajación moral de nuestra propia vida:“Total, si todo está ya perdido, ¡qué más dará que yo mismo me tome ciertas licencias…!”

Frente a esta tentación, hemos de recordarnos una y otra vez que la situación de crisis que padecemos, está en todo momento dentro de los planes providenciales de Dios. Dios es providente hasta el punto de que se sirve de los males morales que nos rodean, para purificarnos y hacernos más humildes.

Estos tiempos recios para el cristiano, nos traen a la memoria que la cruz forma parte del camino evangélico. ¡Desconfiemos de los planteamientos de vida demasiado fáciles y triunfalistas! Ciertamente, la solución a la desesperanza no es la presunción, -que es su pecado contrario-, sino la humildad.

Enfrentamiento: Otro peligro que puede presentarse, es que lleguemos a la falsa conclusión de que la vida cristiana es imposible en una sociedad democrática. No es así. Sería equivocado pensar que la culpa de los males morales está en el régimen de libertad en el que vivimos.

El cristiano debe ser capaz de luchar denodadamente por el bien común, respetando, al mismo tiempo, al prójimo que se opone a la construcción del Reino de Dios. El respeto al prójimo que yerra, al igual que la lucha por el bien común, tiene también fundamentos morales cristianos.

Sometimiento: Finalmente, creo que este tercer peligro es el más incisivo en nuestros días. El principal peligro de los cristianos, en el momento presente, consiste en acomplejarse ante este mundo en crisis. Se cree, equivocadamente, que para poder convivir e integrarse en la sociedad de hoy, es necesario renunciar a la pureza de nuestros ideales cristianos. Con la excusa de que hay que adaptarse al momento presente, se diluye lo genuino del Evangelio en el ambiente secularizado. En vez de cristianizar el mundo, se cae en la tentación de mundanizar el cristianismo.

La conclusión de este análisis, que se nos ofrece en la Instrucción Pastoral a la que nos referimos, es bien clara: Ni desesperanza, ni enfrentamiento, ni sometimiento. Por el contrario, en continua vigilancia contra estos tres peligros, la actitud cristiana, bien puede resumirse en sus antónimos:

Esperanza confiada, porque Cristo es Rey y Señor del universo y de la historia, y la conduce hacia puerto seguro. Cada vez que temblamos al ver cómo nuestra barquichuela es zarandeada por vientos y olas contrarios, el Espíritu nos recuerda aquella reprensión cariñosa del Señor: “Hombres de poca fe, ¿por qué habéis dudado?… ¿No sabías que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo?” (Cfr. Mt. 8, 26 y Mt. 28 ,20)

Espíritu pacífico y paciente, porque no podemos olvidar cómo el Señor reprendió a Santiago y a Juan cuando, al verse rechazados, reaccionaron con desaire: “Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: « Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? Pero volviéndose, les reprendió;  y se fueron a otro pueblo.” (Lc. 9, 54)

Fidelidad a Cristo y a su Iglesia, porque sabemos que el bien moral no podemos descubrirlo ni abrazarlo, si al mismo tiempo pretendemos obtener la complacencia de este mundo.  El Evangelio es muy realista cuando nos advierte de que “nadie puede servir a dos señores” (Mt. 6, 24). Frente al sometimiento complaciente, no hay más respuesta coherente que la fidelidad. El documento episcopal nos anima a ello de forma contundente: “Dios nos está pidiendo a los católicos un esfuerzo de autenticidad y fidelidad, para poder ofrecer de manera convincente a nuestros conciudadanos los mismos dones que nosotros hemos recibido, sin disimulos ni deformaciones, sin disentimientos ni concesiones, que oscurecerían el esplendor de la Verdad de Dios.”