Pentecostés

Por la página de Pentecostés…

Por la página de Pentecostés…

El momento cumbre de la ordenación episcopal tiene lugar cuando tras la imposición de las manos, los obispos celebrantes con las manos extendidas pronuncian sobre el candidato arrodillado la Plegaria de Ordenación. Mientras tanto, dos diáconos sostienen sobre su cabeza un Evangeliario abierto. Lógicamente, las anotaciones litúrgicas no especifican la página por la que ese Evangelio pueda estar abierto…

¡Querido maestro de celebraciones litúrgicas!, ¡queridos diáconos!… ¿me permitís un “capricho”? Por favor, ¡que sea por la página de Pentecostés! Deseo ardientemente tener sobre mi cabeza el relato de aquel acontecimiento:

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.  Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos;  quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.”

Te pido, Señor Jesús, que a imagen de lo acontecido en el Cenáculo de Jerusalén, sople también en la catedral de Palencia ese viento impetuoso llenando “toda la casa”. ¿Y qué “casa” ha de ser esa; sino tu Iglesia, y dentro de ella –a modo de una pequeña celda- este siervo tuyo? ¡Haznos!, ¡hazme!, “templo del Espíritu Santo”.

Me abandono a la llamada de tu Vicario en la Tierra, Benedicto, en la confianza de que la consagración del Espíritu Santo, que de Ti y el Padre procede, llevará a su término la obra buena que comenzaste en este pobre pecador. ¡No olvides que soy de barro, Señor! ¡Mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento! ¡Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro! Me presento ante ti, pues, como humilde mendigo de tu gracia:

Que tu Espíritu me haga atento a todas tus inspiraciones; que suelte mi lengua para proclamar tu Evangelio; que ponga en mis labios las palabras o los silencios adecuados ante peligros e insidias; que me de el don de seguirte con la libertad de los hijos de Dios; que no me mire a mí cuando te sigo, sino que clave en ti mi mirada; y que, en definitiva, tu Espíritu “arquitecto y alfarero” haga de mí un Pastor conforme a tu Corazón.

Por todo ello, os lo suplico: ¡abrid y sostened bien firme ese Libro Hermoso por la página de Pentecostés! Mientras tanto, con abandono confiado, escucharé la petición que mi Madre Iglesia dirige a Dios Padre: “Infunde ahora sobre este siervo tuyo que has elegido la fuerza que de Ti procede: el espíritu de soberanía que diste a tu amado Hijo Jesucristo…”

 

José Ignacio Munilla Aguirre

Pastor de la diócesis de Palencia